Comentario
Anteriormente, hemos podido llamar la atención acerca del papel crucial desempeñado en un determinado momento de la guerra por la Batalla del Atlántico. En ella aparecieron nuevos procedimientos de combate proporcionados por la inventiva en cuestiones técnicas, pero el arma submarina no constituyó una novedad respecto de la Gran Guerra. Tampoco lo fue la construcción de enormes buques a la que recurrieron Alemania y Japón para compensar el desequilibrio que padecían previamente. Mucho más novedosa fue la utilización del portaaviones, en especial en el Pacífico, e incluso la aparición de lanchas y barcos de desembarco, capaces de trasladar grandes masas de tropas a distancias relativamente grandes. Pero la guerra en el mar no produjo una estrategia nueva ni la aparición de formas de combate radicalmente distintas del pasado.
En tierra se produjeron más innovaciones técnicas y, sobre todo, un planteamiento estratégico que durante algún tiempo dio la sensación de llegar a ser resolutivo. Las primeras supusieron, por ejemplo, la desaparición, en la práctica, de la caballería, a pesar de que los rusos siguieron haciendo uso de ella en operaciones complementarias. Durante la guerra aparecieron armas individuales -fusiles de asalto- que multiplicaban la capacidad de fuego en perjuicio de la precisión.
La artillería, por su parte, no sólo presenció la aparición de una potencia de fuego nunca conocida (los alemanes llegaron a planear cañones hasta de 100 metros, que no tuvieron uso importante) sino también la reaparición, a escala nunca imaginada, de los cohetes, en especial por parte de los soviéticos. La efectividad de los proyectiles se vio reforzada por el uso de la carga hueca o de las espoletas de explosión por proximidad. También el cohete fue utilizado por el combatiente individual en la lucha anticarro o contra fortificaciones: a veces, el lanzallamas desempeñó un papel parecido en la guerra en el Pacífico.
Finalmente, el papel de los carros, aunque ya hubieran desempeñado un papel de considerable trascendencia durante la anterior guerra, se vio multiplicado exponencialmente por la utilización masiva que de ellos se hizo. Alemania fue quien introdujo este tipo de estrategia, que desempeñó un papel esencial en la llamada "Guerra relámpago". Ésta, en efecto, resultó una innovación radical que permitía superar la superioridad del adversario en un determinado punto, mediante la concentración de todos los esfuerzos. Sin embargo, ni la "Blitzkrieg" se demostró siempre una estrategia capaz de conseguir siempre la victoria, ni los carros alemanes mantuvieron durante todo el tiempo su superioridad. La "Guerra relámpago" fracasó en la URSS y, en ella, en número y en calidad superaron los carros soviéticos a los alemanes, a pesar de la mejora de éstos en tonelaje, blindaje y velocidad. No fue el único ejemplo; también el Sherman norteamericano quedaba por delante de los alemanes en la fase final de la guerra. En ella, la "Guerra relámpago" había desaparecido como posibilidad estratégica real. Alemania -y algo parecido cabe decir de Japón-, por su parte, aprendió de los soviéticos la batalla defensiva a ultranza y eso explica su capacidad de resistencia frente a fuerzas mucho mayores que las propias. En cierto modo, el género de ofensiva de los norteamericanos en el Pacífico, ocupando puntos decisivos desde donde ejercer su superioridad naval y aérea, pero sin ocupar todas las posiciones contrarias, recuerda un tanto a la "Guerra relámpago" inventada por los alemanes en las operaciones terrestres de Europa.
No obstante, las innovaciones más importantes desde el punto de vista técnico tuvieron lugar en la guerra en el aire y dieron lugar al nacimiento de una estrategia en la que los anglosajones -los británicos, de manera especial- confiaron, sin que durante mucho tiempo su esperanza se correspondiera con los resultados. Alemania que, en este terreno de la innovación técnica, estuvo a menudo por delante de sus adversarios, no elaboró, en cambio, una doctrina estratégica propia.
La mayor innovación de la guerra en el aire fue la aparición del bombardero cuatrimotor capaz de transportar a gran distancia una carga importante de bombas. A tal novedad se llegó un tanto tardíamente, en el sentido de que Alemania, por ejemplo, hizo un uso exclusivamente táctico de sus aviones en la batalla terrestre durante la primera parte de la guerra. Cuando empezó la Batalla de Inglaterra, se demostró que su capacidad destructiva era menor que la esperada y algo parecido les sucedió a los mismos británicos. La paradoja es que antes de la guerra se había teorizado acerca del papel que podía tener la aviación del futuro y se le había atribuido uno no sólo muy relevante, sino incluso por completo decisorio. Douhet, en la Italia fascista, y Trenchard, en Gran Bretaña, habían defendido la tesis de que la aviación podía destruir por sí sola la capacidad industrial del adversario e incluso, además, su voluntad psicológica de resistencia.
Lo cierto es que el precedente de la Guerra Civil española, momento en que por vez primera fueron bombardeadas poblaciones civiles, parecía probar lo contrario y de cualquier manera ninguna aviación del mundo parecía dotada de medios para producir esos resultados. La alemana carecía de capacidad industrial suficiente y la británica había iniciado el rearme hacía demasiado poco tiempo como para poder tener esas aspiraciones. Puede añadirse, incluso, que la utilización del bombardeo en las ciudades fue empleado con cierta moderación, como si se temiera la reacción adversaria. Alemania utilizó sus bombarderos contra Polonia o en Rotterdam, pero no contra París, por ejemplo.
La situación cambió a partir de la Batalla de Inglaterra. Entonces, la espiral de represalias entre alemanes y británicos tuvo como consecuencia el bombardeo de las poblaciones civiles. Con el paso del tiempo, los segundos hicieron de la necesidad virtud y convirtieron la tesis del bombardeo estratégico en una pieza fundamental de su forma de enfocar la guerra. No podían pensar en derrotar a Alemania -o, al menos, ayudar a la URSS- más que por este procedimiento. Churchill llegó a creer que, con tan sólo destruir las sesenta mayores ciudades alemanas conseguiría derrotar a su enemigo.
Pero, en realidad, ni siquiera estaba en condiciones de cumplir con ese propósito. En los primeros años en que se empleó el bombardeo masivo, no merecía este calificativo, porque los británicos apenas tenían unos 400 aparatos capaces de realizarlo, de modo que para los alemanes esta ofensiva, más que un problema fue una molestia. La destrucción de las ciudades tuvo un impacto relativamente menor sobre la producción industrial e incluso en 1941 las bajas padecidas en operaciones de bombardeo fueron superiores a las causadas por él.
El ataque aéreo masivo fracasó incluso cuando era dirigido a zonas industriales decisivas: los bombardeos aliados sobre los yacimientos petrolíferos rumanos de Ploesti, que abastecían a Alemania, se repitieron hasta treinta veces pero no evitaron que se mantuviera casi la mitad de su producción. Cuando los anglosajones, en 1943, aumentaron el número de sus aviones que actuaban sobre Alemania y se concentraron en exclusiva sobre determinadas zonas (el Ruhr, Hamburgo, Berlín...), los alemanes perfeccionaron sus sistemas antiaéreos y debieron ser suspendidos los vuelos diurnos debido al elevado número de bajas propias.
Por tanto, hasta mediados de 1944, el bombardeo estratégico tuvo unos resultados más bien parcos. Si, en cambio, la situación cambió luego fue, en primer lugar, porque la superioridad aliada era ya total en todos los terrenos pero, además, porque hubo un cambio en el modo de llevar a cabo los bombardeos. Los aviones -Liberators, B-17 denominados "Fortalezas volantes"...- fueron cada vez más grandes, hasta el punto que algunos modelos podían transportar muchas toneladas de bombas a miles de kilómetros de distancia. Además, fueron acompañados por cazas de protección, como los Mustang, que tenían un amplio radio de acción y que se impusieron sobre el adversario sin excesivas dificultades. Finalmente, el bombardeo fue mucho más preciso y selectivo.
El ministro alemán de Aprovisionamientos, Speer, critica en sus Memorias a los aliados, porque carecieron de tenacidad en el momento de elegir sus objetivos, pero en la fase final habían logrado dañar de manera grave a sectores tan sensibles como la gasolina sintética o los rodamientos a bolas. Además, en las operaciones en Francia, el bombardeo sistemático y de precisión sobre los núcleos de comunicaciones destruyó la reacción alemana.
En definitiva, desde el punto de vista material, el bombardeo estratégico no resultó un procedimiento fácil, ni rápido, ni barato para derrotar al adversario. La mejor prueba consiste en que si causó 600.000 muertos alemanes también supuso unas 150.000 bajas aliadas. Desde el punto de vista psicológico, se ha podido decir que su consecuencia principal fue mucho más la apatía que el desánimo. Claro está que en el caso del Japón resultó diferente, pero también es cierto que ya sus aliados alemanes se habían rendido. El bombardeo estratégico fue una de las escasas acciones de carácter bélico que provocaron, por su carácter indiscriminado, una protesta moral en determinados sectores de la sociedad británica.
La paradoja es que, mientras que los alemanes empezaban a padecer el bombardeo aliado, eran los dueños de un Ejército que, sobre todo para la guerra aérea, anunciaba el futuro. Por suerte para los aliados, carecieron de tiempo -y también de espacio, después del desembarco en Normandía- para aprovecharse de él. También les sobró despilfarro en alguna de sus experiencias más novedosas.
Las más importantes no fueron las llevadas a cabo con aviones a reacción, pues su aparición fue casi simultánea en ambos bandos, sino en el uso de misiles. Los dos modelos utilizados fueron pensados para ser utilizados contra Gran Bretaña, pero también se emplearon en la batalla continental. Los V-1 eran aviones no tripulados, de escasa velocidad y precisión, mientras que los V-2 eran cohetes de combustible líquido que, por su velocidad y altura, no podían ser derribados y, en cambio, eran dirigidos con bastante precisión desde sus bases de partida. Mientras que los cañones de dimensiones gigantescas fueron un fiasco, otro proyectil, el V-4, dotado de fases sucesivas, hubiera sido mucho más peligroso, pero, por suerte para los aliados, no llegó a convertirse en realidad. Estos intentaron y, en parte, lograron retrasar el funcionamiento de estas nuevas armas mediante bombardeos de la base de Peenemunde, donde se experimentaban. Los misiles serían durante la posguerra el arma decisiva para el balance estratégico entre las grandes potencias.
Aparte de todas esas novedades bélicas, que tuvieron lugar en el aire, hay que hacer mención también de otras que estuvieron relacionadas con la guerra en ese medio. Ya se ha hecho mención ocasional del radar, que jugó un papel esencial también en el mar y en el que los aliados fueron muy superiores al adversario. No obstante, los procedimientos de guerra electrónica fueron también empleados por los alemanes para guiar sus bombarderos durante la Batalla de Inglaterra. En cuanto al arma nuclear, de hecho su utilización respondió a unos criterios semejantes a los del bombardeo estratégico. Bien hubieran podido ser los alemanes quienes descubrieran la bomba atómica, pero la visión de la guerra como un conflicto destinado a llevarse a cabo con rapidez y resolución hasta tal punto dominaba a Hitler que impidió que dedicara a este tipo de investigación todo el esfuerzo; incluso llegó a calificar de "judía" a la física nuclear. Fueron, pues, los anglosajones, con la inapreciable ayuda de muchos científicos exiliados, los que dedicaron mayores esfuerzos a esta investigación, pues los japoneses, que también lo intentaron, estaban muy lejos de poder conseguir los conocimientos suficientes. Los aliados fueron muy discretos entre sí a la hora de comunicarse sus descubrimientos y, mucho más aún respecto de la URSS, que obtuvo información tan sólo gracias al espionaje. Los Estados Unidos acabaron siendo los descubridores del arma nuclear, porque a ella le dedicaron más recursos y medios humanos.
La mención al espionaje sirve sin duda para recordar el decisivo papel jugado por la inteligencia y la información a lo largo del conflicto. En este terreno, los anglosajones, desde un principio, tuvieron una clara ventaja, mientras que los japoneses permanecieron los más rezagados. Alemania se vio perjudicada por el convencimiento de que sus sistemas de cifra eran inaccesibles y por la resistencia a aceptar informaciones que estaban fundamentadas pero que chocaban con las convicciones de Hitler. Claro está que a lo largo del conflicto varió mucho la cantidad y la calidad de la información lograda del adversario por los aliados, pero en la Batalla de Inglaterra, como en la del Atlántico y la del Pacífico, resultó a menudo decisiva para la planificación de las operaciones propias.
Aparte de las armas que fueron utilizadas, hubo otras que no llegaron a serlo, no tanto porque lo vedaran las convenciones internacionales como por el hecho de que ambos contrincantes temían la reacción adversaria. Así sucedió con los instrumentos para la guerra química y bacteriológica. Churchill hubiera estado dispuesto a usar gases para derrotar a los alemanes si éstos desembarcaban en Gran Bretaña pero, por fortuna, no sucedió así. Japoneses y alemanes sometieron a sus prisioneros a experimentación, lo que revelaba, bien a las claras, la esencia de sus respectivos sistemas políticos. Claro está que la guerra química tuvo también otras vertientes más positivas. La medicina se desarrolló durante la guerra merced a las sulfamidas o la difusión de la quinina sintética. También el DDT sirvió para evitar enfermedades y se hizo habitual la transfusión de sangre, procedimiento no generalizado hasta entonces. Así, los desastres de la guerra tuvieron en este sentido un parcial lenitivo.